¿Cómo han ido estas últimas semanas? Yo no he tocado el ordenador en casi todo el mes (bueno un poquito sí) y no he podido escribiros, pero aquí estoy de vuelta con ganas de más.
Hoy solo quiero escribiros un fragmento del libro "Valeria en blanco y negro". No traigo muchas idea hoy así que me dejo de tonterías y os divierto un poco con una de las partes que más me gusta del libro. No todo el libro es así, este fragmento es de cuando Bruno le envía un correo a Vale. No lo pongo entero, aviso.
Seguí la mirada de aquel hombre grasiento y jadeante hasta ella, y apreté los puños sin poder evitarlo. Sabía que no tenía razón para mostrarme tan a la defensiva, pero la agarré de la muñeca con fuerza y cuando nos ofrecieron una habitación donde lavarnos y descansar pedí que fuer la misma para los dos.
- No sabíamos que la señorita era su...- dijo el hombre corpulento devorándola con la mirada.
- es mi esposa.
Ella me miró sin expresión alguna en la cara, como si aquella mentira le diera igual. Probablemente de daba igual.
Recorrimos pasillos y pasillos de aquel viejo edificio que, a pesar de haber sido en su día un gran hotel de lujo, olía a humedad, polvo y a eso que se colaba por todas partes... podredumbre.
Nos dieron una habitación en una de las plantas nobles. Era una suite amplia, descascarillada pero limpia, precedida por un pequeño salón lleno de brocados y dorados que la hicieron sonreír mientras paseaba su delicada mano mugrienta sobre las telas. Quise abrazarla y prometerle un millón de cosas absurdas pero lo cierto es que ella no era de esas mujeres que necesitan promesas.
(...)
Al darnos el relevo en la ducha sentí la tentación de arrastrarla conmigo hasta debajo del agua nuevamente y devorarla allí mismo, pero ella y su piel ya eran de nuevo imperturbables. Ella, limpia, parecía una muñeca magullada, pero digna. Una de esas muñecas que deben mantenerse en un vitrina alejadas de las maños de los niños.
Tras unos minutos observando cómo el agua desaparecía por el desagüe en una mezcla de sangre y mugre, disfruté de sentirme limpio, de oler a jabón, de que mi piel dejase de tener aquel aspecto, como si fuese a caerse a jirones. Me sentí feliz de haberme desecho de los restos de carne, piel y sangre de otros, Yo no disfrutaba matando y cada mancha me pesaba.
Salí a la habitación y la encontré en ropa interior poniéndose unos cortísimos pantalones de algodón.
- Han traído ropa para que podamos cambiarnos - susurró sin mirarme
- Gracias.
- No me las des a mi.
(...)
Ahora o nunca.
Me acerqué a ella y fulminé los últimos centímetros entre nosotros mientras pensaba cómo hacerlo. Ello lo atajó Se giró haciendo volar su larguísima melena color cobre y, tomándome del cuello, estampó su jugosa boca contra la mía.
Creí que me correría en cuanto pusiera uno de sus delicados dedos sobre mi cuerpo, pero aguanté.
Nos dejamos caer en la cama, con ella sobre mí, y arrancó la toalla con la que me tapaba, lanzándola hacia la otra punta de la habitación. Se irguió, se quitó el pantalón, la camiseta y las braguitas..., una de esas braguitas a la cadera, pequeña y bajas. Y cuando la vi desnuda... me sentí morir.
No hubo arrumacos, preliminares, sexo oral o masturbación. Todo estaba listo, y simplemente ella se sentó sobre mí y la penetré despacio. Estaba húmeda. El descanso del guerrero, pensé echando la cabeza hacia atrás y gimiendo hondamente. Ella me recibía cálida, húmeda, suave, pero firme. El descanso del guerrero, pero ella era el guerrero y yo quien tenía que consolarla de los horrores de la guerra.
Sus caderas se movían de arriba ajado y en aquel movimiento ondeaba su espalda, y sus pechos, redondos, perfectos, turgentes, vibraban cada vez que entraba en ella. Se mordió el labio inferior y me miró sin despegar los labios; solo abrió más las piernas y aceleró el movimiento mientras llevaba mis manos hasta sus pechos, que amasé.
Sin más, sin terminar, se bajó de mi regazo y se tumbó a mi lado. Abrió las piernas y, al tiempo que se tocaba suavemente a sí misma, me pidió que siguiera, que me subiera sobre ella. No me hice de rogar, no lo dudé. La penetré hasta con rabia, porque quería que fuera mía y nunca lo sería.
Su mano, entre los dos, acariciaba rítmicamente su clítoris mientras mis penetraciones se hacían más violentas y su respiración más agitada. La escuché gemir con placer, como deshaciéndose, como si la voz se derritiera, y, sin poder evitarlo, me corrí dentro de ella en dos fuertes embestidas. La última la hizo gritar...
No dormimos. Una vez estuve dentro de ella no pude parar y traté de empacharme. Pero tampoco pude. Era deliciosa y ligera a partes iguales. Lo probamos todo, lo hicimos todo.
(...)
Salí de la ciudadela pronto y caminé en dirección este cargando con todo lo que los soldados pudieron darme. Iba pensando en ella y en cuándo podría estar de vuelta.
Apenas cinco horas después de salir escuché una explosión que me hizo vibrar los tímpanos y la tierra batida sobre la que caminaba. Mire en dirección al origen del sonido, donde una columna de humo y polvo ondeaba el horizonte..., justo donde yo sabía que se levantaba el último reducto humano de la península. Justo donde estaba ella.
Cuarenta y dos minutos después de haber salido de allí, dos de ellos se habían colado en la parte baja de manera sigilosa. Nadie se dio cuenta hasta que era demasiado tarde. Niños. Mujeres. Ancianos. Soldados, muchos soldados, algunos casi unos críos. Todos cayeron.
La ciudadela había sido invadida y los sistemas de seguridad no fallaron. Una ves descontrolada la situación y tal y como correspondía al plan de emergencia, se había activado la carga explosiva que lo derribaría todo Todo. Con ella dentro.
Caí de rodillas y no lloré porque sería ofenderla. A los dioses no se les llora. Se les honra.
A partir de aquel momento siempre mataría por ella.
Espero que os haya gustado, que os hayáis dado cuenta de que en una despedida puedes decir el último adiós a tu "diosa" y sobre todo que la vida es breve.
Bueno bloggers, hasta pronto.
PD: estaré un poquito ocupada, pero en cuanto saque tiempo os escribo.
XXXO

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